martes, 6 de mayo de 2008

La crónica de la ansiada libertad

Encerrona en la UNP
Mientras dormían los más de dos mil postulantes a la UNP, me interné en la elaboración del examen de admisión

El ocaso del sábado aumentaba los nervios de los postulantes a la UNP. Una larga fila de ellos aguardaba con desesperación en las afueras del campus unepino para saber el lugar donde rendirían la prueba. Al mismo tiempo, me internaba en el proceso de elaboración del examen de admisión.
Un dirigente del Sindicato de Docentes y representante de Control Interno (OCI) participaban por primera vez. Vigilantes taponearon rigurosamente las puertas con cinta adhesiva. Todos incomunicados
A las 6.25 p.m., cuatro miembros de la comisión, 11 catedráticos, tres ingenieros informáticos, seis administrativos, dos efectivos de Seguridad del Estado, un futuro médico y un periodista pasaban al claustro que los aprisionaría por 17 horas y media. Una mesa llena de caprichos al paladar contuvo la incertidumbre.

Manos a la obra
El Dr. César Caro, decano de Ciencias, a las 7.30 p.m. entregaba los primeros cuestionarios al jurado. Según el reglamento, se juntaron 160 preguntas del Banco de la UNP que reúne cerca de 50 mil. También pusieron sobre las tres mesas algunos libros de consulta.
El economista Carlos Bullón fue el último en recibir las preguntas, pero sólo tardó 40 minutos en verificarlas. Se trataba de corroborar las respuestas de un rol que el sistema informático arrojaba en forma aleatoria y duplicaba al número exigido por el prospecto y, luego la comisión seleccionaba. Tres pruebas diferentes, medicina, ciencias y letras.
Aunque las nuevas reglas no permitían el ingreso de observadores al área restringida, la comisión accedió a nuestro transparente pedido de observar las 80 preguntas, el “chocolateo” de las claves de respuestas y su encriptación. El primer cuadernillo estuvo listo a la 1 a.m. y se iniciaba el trabajo de imprenta. Doña Angelita agradaba la amanecida con antojitos.
Mientras seguía el trabajo de máquinas, algunos docentes que concluyeron su ardua labor refugiaban su sueño y Edgar Domínguez medía la presión arterial a un tenso David Choquehuanca. A las 4 a.m. concluyó el tercer cuadernillo. Los informáticos procedieron a ocultar las claves de respuestas con códigos y guardaron con celo en un USB y dos disquetes.

¡Libertad!
Desde nuestras ventanas aisladas con el exterior, vimos pasar a los nerviosos postulantes. Una comitiva hizo su ingreso a las 8.30 a.m. para recoger 61 paquetes de pruebas y un sobre sellado con las claves codificadas. Apreciaron nuestros impresentables rostros. “¡Déjenos salir”!, fue el común grito en el silencio.
Otra vez, vimos pasar el regreso de los postulantes a su casa. Sus caras lo decían todo. Muy cerca del mediodía pudimos apreciar la libertad y nuestros corazones se agitaron por salir del lugar. En un bus abordamos y fue la despedida.

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